Perdido en Os Ancares

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Como no podía ser de otra forma, este fin de semana visité Os Ancares y me perdí.

Como no podía ser de otra forma, iba en coche y llevaba a toda la prole, hecho que me agobió aún más.

Como no podía ser de otra forma, al final todo salió bien, a pesar de meter un turismo por pistas forestales y pensar que, virgencita virgencita, no lo cuento.

Como no podía ser de otra forma, lo mejor llega cuando menos te lo esperas.

Ha sido una muy grata sorpresa poder contemplar cómo de forma totalmente artesanal, en el pueblo de Balouta (en la provincia de León, muy cercano al famoso Piornedo, en Lugo…aquí las fronteras son humanas, no naturales), restauraban el tejado de una palloza. Rápidamente:

Estructura

De planta circular u oval, de entre diez y veinte metros de diámetro. Con paredes bajas de piedra y cubierta por un tejado cónico vegetal, normalmente formado por tallos de centeno; puede llevar una cumbre o rematar un pico.

Origen

Su origen es prerromano, presumiblemente celta. Las pallozas tienen similitudes con las casas redondas de la Edad del Hierro de Gran Bretaña y con las edificaciones de la cultura castrexa.

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Os Ancares

Las cumbres míticas, los valles amplios con paisajes sobrecogedores, surcados por ríos y riachuelos en constante caudal y sinfonía, la arquitectura popular, los restos históricos, las escenas y el ritmo pausado y anacrónico de la vida rural hacen de Ancares no sólo una reserva natural, sino un espacio para experimentar el valor de lo auténtico.

Comprenden las provincias de León (Castilla y León), Lugo (Galicia) y Asturias. Relativamente salvajes, de lo poquísimo que queda salvaje en la Península, hogar del cada vez más fecundo y recuperado lobo, de escasos ejemplares de oso pardo, y del ya declarado extinto urogallo.

Esta zona fue habitada por las tribus celtas que se refugiaron en las montañas huyendo del empuje de las legiones romanas. Vestigios de las luchas entre el Imperio Romano y los primitivos pobladores de estas tierras son la multitud de castros que aparecen en zonas altas salpicando la orografía de los Ancares.

La lejanía de las grandes urbes unida a lo intrincado de sus valles ha favorecido un aislamiento secular que ha permitido la supervivencia de unas tradiciones y de una arquitectura popular que casi han desaparecido en otras zonas del Norte de España, si bien a costa de unas condiciones de vida durísimas. Las expresiones de arquitectura popular más características son las pallozas y los hórreos.

IMG_20160712_144807-crop Historia-ancares tg_carrusel_cabecera_grandeEste pequeño artículo publicado en 2010 por El País, muestra la realidad, hasta hace bien poco de estos lares:

A Os Ancares en misión humanitaria

En 1968, estudiantes de Medicina de Santiago viajaron en expedición al rincón más apartado de Galicia para llevar medicamentos y asistencia a sus habitantes.

«Mi padre me dijo que el mar es muy grande, tiene mucha agua y remata en una raya», explicaba una niña a sus amigos un domingo en el atrio de la iglesia de Donís. En 1968, ningún rapaz de esta aldea de Os Ancares había ido a la playa, pero ese era el menor de sus problemas. Lo peor de su aislamiento, de la ausencia absoluta de asfalto y de un tendido eléctrico que a algunas localidades todavía llegó en tiempos de Fraga en la Xunta, eran la falta de asistencia sanitaria, el bocio, la tuberculosis, la imposibilidad de evacuar a enfermos, heridos y parturientas no siendo a pie por la nieve, acostados y atados sobre una escalera de mano a modo de angarilla.

Pero a aquellos pequeños de hace 40 años, lo que más les interesaba era saber con qué jugaban «los niños del mar». «Pues juegan como vosotros: saltan a la cuerda, construyen casitas con piezas de madera, tienen trenes que andan como los de verdad, camiones de latón, y muchas otras cosas», les respondió con su mejor voluntad aquel día de otoño el periodista Enrique de Arce, cronista para El Ideal Gallego de una expedición humanitaria que había llevado estudiantes del último curso de Medicina al rincón más olvidado de Galicia. «Nosotros no tenemos eso», se lamentó entonces otro de los críos.

Al cumplir los siete años, los niños subían a vivir tres meses con el ganado

A los heridos había que evacuarlos a pie, atados a una escalera de mano

Ni los Reyes Magos se acordaban en su anual reparto de las aldeas de Donís, en Cervantes, donde los vecinos «vivían como pájaros en una jaula de cielo y tierra» una «existencia atormentada por la incomunicación». La descripción es del propio De Arce, que acaba de rescatar en un libro (Os Ancares, a serra esquecida, Teófilo Comunicación) que será presentado este fin de semana en Piornedo los artículos resultantes de aquel viaje, con algunos comentarios añadidos que entonces, en pleno Franquismo, no podían salir publicados.

«Hay cosas que están en el libro que no están en las crónicas», reconoce el autor. «Entonces ya no había censura previa, pero la autocensura que nos imponíamos los propios medios era peor». Denunciar la dramática situación de los vecinos ignorados de la montaña, pagadores de impuestos que no recibían nada a cambio del Estado, cuando sólo el Estado podía remediar sus males, podía molestar a las autoridades. Y sólo un periódico en Galicia, aquel en el que trabajaba De Arce, podía hacerlo, en aquella época muy influyente y protegido por el paraguas de la Editorial Católica, que movía sus propios hilos en el poder.

Coincidió que el padre Roberto Cea, párroco de aquellas aldeas, mandó una carta de SOS a Pedro de Llano López, Bocelo, director de El Ideal Gallego en los mismos días de 1968 que en Santiago se empezaban a movilizar unos estudiantes que también optaron por telefonear al rotativo para difundir su iniciativa. José Manuel Vázquez Varela, alumno de Geografía e Historia, hoy catedrático de Prehistoria en Compostela, coordinaba a un grupo de futuros médicos (tres estudiantes de la facultad, Elena, Fernando y Gerardo) para llevar durante más de una semana asistencia sanitaria y fármacos a Os Ancares. La misión partió camino de la sierra, con el material que había logrado colectar, el 30 de septiembre de 1968.

La última vez que algún poderoso se había preocupado por desplegar algún sistema de comunicación con la montaña había sido cuando el marqués de Riestra mandó tender un cable de acero sobre el valle para llevarse los árboles, los mejores de España para fabricar traviesas de tren y barricas de Jerez.

En Os Ancares, en 1968, aquellos jóvenes expedicionarios descubrieron cosas para toda Europa inimaginables. Todas las vacas estaban tuberculosas y transmitían su enfermedad a la gente; habitualmente no había mucho más para comer que pan, castañas, patatas y tocino; el jabalí todavía se cazaba como en la prehistoria, varios hombres lo cercaban en la nieve y le dejaban clavados sus chuzos hasta que se desangraba; no había teléfono, ni había llegado la noticia de lo que había sucedido en París el pasado mayo. Tampoco tenía mayor importancia: este mundo era otro mundo, infinitamente más invisible que África para la Unesco y la Unicef. Al cumplir los siete años, los niños ya estaban listos para «subir a la braña», a vivir solos durante tres meses cuidando el ganado, sin regresar al pueblo hasta septiembre.

Al año siguiente, dos antes de que el Estado construyese las primeras pistas, el periódico emprendió una nueva campaña solidaria. Llegaron donaciones de juguetes, mantas, ropa y vitaminas de toda Galicia, y 50 niños de Os Ancares viajaron en bus hasta A Coruña para ir al cine y bañarse en el mar.

Piornedo en la actualidad

Piornedo en la actualidad

Fuentes: El País, wikipedia, panoramio.com

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